DIEGO.
Déjate sentir, si, vida mía y mézclate con el alba ardiente. Que tu presencia no tiene miedo a mi inexistencia en las palabras mal escritas, que nuestros nombres son violentos y tu voz a cappella son delirios de nobles querubines.
Déjate caer, libre albedrío, y fluye acorde a los versos que son verídicos porque me declaro tempestad ante tu impuro libertinaje.
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